Poder supremo o jugar a ser Dios en la Tierra:


Cuando la vida y la muerte se transforman en situaciones corrientes para nuestros gobernantes.

En tiempos donde la política se ha convertido en un juego de intereses personales, es inevitable preguntarnos: ¿actúan nuestros gobernantes en beneficio del pueblo o solo por sus propios intereses?.

Hemos hablado incansablemente sobre las grietas que dividen a la Argentina, esas fracturas sociales e ideológicas que nos han acostumbrado a vivir en un eterno enfrentamiento. 

Pero, ¿es este el verdadero objetivo de quienes nos gobiernan?. Divide y reinarás, dicen. ¿Tan básicos somos para caer en la trampa?.

Vivimos en una época donde la palabra ha perdido su valor. 

La política se ha convertido en un mercado de mercenarios que se venden al mejor postor, sin importarles las consecuencias de sus actos en las generaciones futuras. 

Hemos destruido nuestras instituciones, desmembrado el tejido social y dilapidado nuestra identidad cultural. 

Si no tuviéramos a Messi, ¿qué nos quedaría?. 
Nos hemos ido despojando de nuestras costumbres, nuestra música y nuestra esencia como pueblo.

Sin embargo, la corrupción y la desidia no son monopolio de un solo sector. 

Del otro lado de la grieta, las prácticas son las mismas, solo que con guantes blancos. 

Pero la realidad es una: nos están matando. 
No solo los delincuentes que asesinan por un celular, sino aquellos que destruyen nuestros sueños, nuestros recursos, nuestra soberanía.

Nos quieren hacer creer que el futuro está en la automatización total, que seremos más felices con un androide al lado. 

Pero no hay nada que reemplace la calidez de lo humano: una charla cara a cara, una mesa compartida con amigos y familia, un partido de fútbol el domingo o un simple viaje para contemplar nuestros paisajes. 

Argentina es un país bendecido por su naturaleza, con riquezas inconmensurables en su tierra, en sus ríos y mares. 

Pero nos han hecho olvidar eso. 
Nos han llenado de miedo, nos han sometido a una constante sensación de peligro e inestabilidad.

Mientras tanto, vemos cómo algunos poderosos juegan a ser Dios. 

Hablan de un futuro distópico, de agendas globalistas, de catástrofes inminentes. 

Nos imponen un modelo de vida donde el control absoluto parece ser la meta. 

Pero Dios es uno solo, y este mundo está diseñado para la libertad, no para la opresión.

Buenos Aires necesita volver a ser un lugar seguro para vivir. 

Para ello, la voluntad política debe ir de la mano de acciones concretas. 

La Argentina debe recuperar la seguridad jurídica, la estabilidad y la confianza en sí misma. 


No podemos seguir esperando que el cambio venga desde afuera; primero debemos reconstruirnos como Nación, como ciudadanos, como sociedad. 

Solo así podremos ofrecerle un país digno a nuestros hijos y a los extranjeros de bien que vengan a aportar a nuestra tierra.

El momento de actuar es ahora. 
No podemos permitir que la desesperanza nos gane. 

Argentina es fuerte, resistente, pero no debemos abusar de su capacidad de aguante. 

La reconstrucción comienza con cada uno de nosotros, con la decisión de no ser parte de la decadencia sino del renacimiento.

Dios nos bendiga y nos dé fe, paciencia, templanza y amor por nosotros mismos. 

Porque si no nos queremos, no podemos querer a nadie. 

Y si no amamos y cuidamos nuestro país, no podemos pretender gobernarlo.

NOTA, gentileza del Dr. "Maximiliano Esteban Ibarra Guevara", abogado.



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